Tras las huellas del tiempo: pisos y vitrales que maravillan en una histórica sede vial
Las mismas viviendas que suelen maravillar con sus fachadas tienen un interior riquísimo en detalles constructivos: pisos, vitrales, puertas y detalles que hablan de otros tiempos, que refieren a otras épocas.
Es periodista, ingeniero civil y docente de la Universidad Nacional del Sud en materias relacionadas con el Patrimonio arquitectónico y el planeamiento urbano. Ha publicado notas en revistas Vivienda, Todo es Historia, Obras & Protagonistas y Summa +. Participa en varios micros radiales referidos a la historia de Bahía Blanca. En dos ocasiones recibió primera mención por parte de ADEPA en el rubro Cultura e Historia.
La casona de Soler 231 no pasa desapercibida. Por su impecable fachada, su frente de 20 metros, sus aires italianos, un revoque símil piedra en excelente estado, una doble puerta de madera de acceso --con llamadores de hierro decorados con la cabeza de un león— y un impecable tratamiento almohadillado del frente. En el remate una balaustrada corrida, “repartiéndose el cielo”, según supo escribir Jorge Luis Borges.
Pero claro, la arquitectura es mucho más que una fachada. Es esencialmente espacio, materialidad, texturas y colores. Es diseño y construcción. Por eso este tipo de obra que responden a estilos de otros tiempos y se construyeron con mano de obra especializada, ofrecen un mundo interior para admirar. Una maravilla que habla de otras épocas y estilos, de otros tiempos económicos y que, como en este caso, casi milagrosamente, han sobrevivido al paso del tiempo.
Por eso la ciudad se descubre de muchas maneras. Mirando hacia arriba, mirando hacia adentro, atendiendo sus detalles. En el caso particular de esta vivienda que desde hace más de medio siglo ocupa la delegación de Vialidad Provincial, en su interior se desarrolla una verdadera obra de arte.
Teselas romanas en pleno centro
Cuando los romanos en el siglo II a. C. ocuparon Grecia, el uso del mosaico pasó al orbe romano, comenzando un género artístico-industrial del que hicieron su especialidad. No hubo casa o villa romana que no los tuviera. Los construían con pequeñas piezas llamadas teselas, hechas de rocas calcáreas, material de vidrio o cerámica.
El artista las disponía sobre la superficie, distribuyendo colores y formas, aglomerándolas con una mezcla. Asumiendo que no es posible viajar a Pompeya o a alguna otra ciudad romana para poder admirar este arte, una oportunidad de acercarse a ese tipo de trabajo lo conforma el reducido hall de este edificio de calle Soler, donde cientos de pequeñas piezas cerámicas forman un piso que maravilla.
Su guarda perimetral es una explosión de color, con teselas de distintas formas y tonos conformando un motivo floral. Una maravilla de artesanía a su vez enmarcada con un borde piezas amarillo. El paño central está resuelto con pequeñas piezas formando hileras curvas, concéntricas, en dos tonos de amarillos. Es, cómo decirlo, una verdadera obra de arte que además se conserva en estado impecable.
Casa de patios
La vivienda de calle Soler se fue construyendo en distintas etapas, las primeras de ellas a fines del siglo XIX. Un plano de 1939 muestra que en principio estaba organizada como una típica casa romana, un perímetro de habitaciones organizadas alrededor de un patio central. Esa es otro de los espacios a disfrutar.
Primero, en tonos azulados, un piso de transición, con doble guardas de piezas finamente decoradas. Luego una solia roja que da paso al patio central, una verdadera “alfombra”, un gran paño limitado por siete guardas diferentes. La vereda perimetral, que repite el mismo tipo de piso, se eleva un escalón sobre el patio.
Mucho más
La propuesta continua, se multiplica en cada ambiente interior que hoy son lugares de trabajo. Nuevas combinaciones de piezas y grabados, de guardas y trazados. Pisos centenarios que no han perdido su brillo, su color. Pero además es muy particular la manera de colocación de las baldosas, que forman líneas diagonales pero cada pieza está colocada en damero, un verdadero rompecabezas que encaja de manera sorprendente y engañosa.
Un baño también recibía un tratamiento especial, en sus revestimientos de paredes y pisos, con juegos de madera y empapelados, aportando color, textura y calidez.
La Yapa, un ferretero y un túnel
Es esta una vivienda para tener una visita guiada. Claro que es de uso privado, pero sin dudas su riqueza de detalles justificaría ese tipo de recorrido. Vitrales, estufas de hierro forjado, pisos de pinotea, decorados cerámicos, motivos floreales, herrajes de diseño, maderas talladas. Un verdadero tesoro, legado de otros tiempos y otras formas, que expresa una época, un tiempo, una manera de sentir y de hacer.
La yapa de esta historia es compartir unos datos sobre los propietarios originales de la vivienda, la familia Meyer, que en 1895 estableció un negocio como consignatarios de frutas pero que rápidamente viró al ramo de la construcción y la ferretería. El comercio estaba a pocos metros de la vivienda, lo cual los llevó a construir un túnel que comunicaba ambos inmuebles. La casa Meyer se trasladó en 1902 a San Martín 222, donde funcionó hasta 1962.
Un aporte final, Daniel Meyer, titular de la firma, era cónsul de Alemania en nuestra ciudad. Estaba asociado con José Croft, que era vicecónsul del imperio Astrohúngaro, y con Juan Denker, que desempeñaba ese mismo cargo por Holanda. Y algo más, Adolfina, hija de José Croft, “Finita” para su familia, contrajo enlace en 1928 con el ingeniero Francisco Salamone, autor de un conjunto de singulares obras desplegadas en decenas de pueblos de la provincia.