Bahía Blanca | Lunes, 20 de mayo

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La cancha tres del club Estudiantes, un espacio emblemático y distintivo del club Estudiantes (Y con Bonus Track)

El temporal del último sábado ha dejado su marca en la entidad alba, que de milagro no se convirtió en una tragedia mayúscula.

Luego de 52 años, la cancha tres del Club Estudiantes, con acceso por la primera cuadra de calle Angel Brunel, ha quedado nuevamente descubierta.

En un hecho desgraciado, cuyas consecuencias podrían haber sido catastróficas, el edificio ha perdido su tinglado y las paredes laterales como consecuencia del tornado del último sábado. La cancha ha quedado escondida bajo un manto de chapas y escombros.

El derrumbe sobre un espacio vacío.

En el funcionamiento de la entidad alba, este espacio tenía su propio carácter. Distinto a las otras dos canchas, acaso un poco relegada pero, justicieramente, puesta en valor en la última década.

El camino

Desde el ingreso principal al club, por Santa Fe 51, se llega a la cancha 1 --aunque nadie la llama de esa manera--, la del estadio Osvaldo Casanova, el templo del básquet. Fue la primera de la ciudad en contar con piso de madera --en los 60 se montaron sobre el mosaico las tablas traídas del estadio Luna Park porteño--, y que se destaca por el imponente marco que conforman las tribunas y la cubierta rodeando todo el perímetro..

La cancha emblemática de la ciudad.

La cancha dos –la única identificada-- fue de alguna manera el corazón del día a día de la entidad. En uno de sus bordes estaban las canchas de bowling --ya demolidas--. y sobre la cubierta de ese local un espacio para la prácticas de pesas, cuando esa actividad no tenía el auge de estos tiempos.

El otro borde se ubica la pared que da a la cancha de pelota a paleta, la cual ha sido reconvertida hace tiempo en un gimnasio. Piso de baldosas rojas, tableros de madera (ya no están), el dibujo de una cancha de voley en el piso, contenía siempre una importante actividad. Un portón daba salida a calle O'Higgins, aunque sólo se utilizaba en ocasiones especiales.

Patín, Yudo y fulbito

Por último, caminando por el borde exterior del estadio, por un pasillo a cielo abierto, se llega a la cancha tres, la de atrás, la última.

De hecho, su fachada sobre calle Angel Brunel guardó siempre la estética de la parte trasera de un edificio.

El gran estadio y la cancha de pelota. La cancha tres era todavía un sueño.

En la década del 40, el lugar fue ocupado por dos canchas de tenis, aunque luego el básquet ganó el lugar.

Canchas de tenis sobre Angel Brunel.

La cubierta y los paredones de cierre comenzaron a construirse en marzo de 1971, generando una superficie de 1.400 m2 bajo techo, que se destinaría , según se explicó en ese momento, para la práctica de básquet, vóley, patín, esgrima, yudo y gimnasia modeladora.

Piso de mosaico, tableros de madera, un ancho que excedía el de la cancha de básquet. En el lugar se construyó luego el quincho, punto de encuentro de socios, jugadores y simpatizantes.

Comienza el techado, marzo de 1971

Pero si un uso singular tenía la cancha, ese fue "el fulbito". Mucho antes del auge de las canchas de fútbol cinco, en la cancha tres se jugaba papi fútbol, utilizando los arcos de handball.

El día por excelencia era el sábado. A las 14 comenzaban a llegar los jugadores, se organizaba el partido y durante dos horas se hacía fulbito. A veces eran siete contra siete, otras 20 contra 20. Jugaban todos. El gol era válido si se hacía desde dentro del área. El juego seguía siempre, no había salida lateral, las paredes daban continuidad.

De estos partidos participaba una variedad de jugadores, era habitual que se sumara Beto Cabrera, René Giménez, el conejo Aldaz --histórico utilero de las selecciones bahienses-- el oso Serrón, y un elenco estable numeroso: Berto Parodi, Gringo Allievi, Daniel Radivoy, Walter Zukerman, Pirucho Costa, Carlitos Galán, el Chileno Lafranchi, los Bafiggi.

Era tal la fama que ganó el lugar que algunos sábados se acercaban jugadores de la primera de Olimpo y de Liniers. Pololo Prat, el Negro Cheiles, el ruso Baranovsky, el ñato Rodríguez, Carmiña Quinteros, Mario Racchi, el colorado Maldonado. A veces era necesario armar varios equipos, dos jugaban, el que hacía el primer gol seguía y el otro dejaba su lugar a uno de los que esperaba. Con el tiempo se sumó otro grupo de socios que jugaba los viernes por la noche. Era de otro estilo, jugadores de toque y pisada. Nunca se mezclaban con los del sábado.

Aunque los vientos de la vida soplen fuerte

Lo cierto es que la cancha tres fue siempre una suerte de apéndice del club que supo generarse su propia identidad.

En 2011 el club comenzó su puesta en valor con la colocación de un nuevo piso, el pintado integral del lugar y el merecido nombre de Micro Estadio Alberto Pedro Cabrera.

Puesta en valor, 2011

En los últimos años tenía un uso intenso por parte de escuelas secundarias del sector que realizaban allí sus prácticas deportivas.

Por estas horas un gran pesar afecta a los socios albos por el daño sufrido. Dentro de una escala de orden material, lejos de una tragedia mayúscula como la que ocurrió en Bahiense del Norte.

Vendrá ahora un trabajo de limpieza, quedará el terreno libre para pensar una nueva obra. Lo cual no deja de ser una oportunidad. Para considerar el lugar, para generar un espacio moderno, distinto, que aporte un valor agregado.

Es una intervención que exige recursos, claro. Pero si se repasa la historia del club, que nunca excedió su condición de ser un club de barrio, sus directivos y asociados fueron capaces de construir un estadio que fue único en Sudamérica, de sumar una pileta de natación (lamentablemente perdida), una cancha de pelota y una infraestructura que hizo de la entidad un modelo a seguir.

Es entonces cuestión de tiempo que la cancha tres vuelva a existir. Podrá cambiar su fisonomía, quizá tener otra estética. Pero su esencia e identidad será siempre la misma. Hay cosas que el viento jamás se podrá llevar.

 

BONUS TRACK

Ale Armendariz y el Cavernario hablan del fulbito

Fue una noche de abril de 2009, cuando el Cavernario (Caver) celebró sus 46 pirulos. Con Ale Armendáriz, que llegó a ser presidente del club, se pusieron a recordar el fulbito de la cancha 3..

Caver.  Es brava la cancha 3, no se crea. Mire que han caído caudillos indiscutibles, Allievi, Minervino, Zukerman, tanto otros.

Ale. Estoy de acuerdo. Pero no me diga que no le queda el buen recuerdo de los que nombró. Yo tampoco pretendo que a la cancha 3 le pongan una plaqueta que diga "A la memoria de el gran caudillo Berto Parodi" pero acá parece que no tenemos memoria. Recuerdo cuando de purretes nos pasábamos las tardes mirándolos y admirándolos, con el inconsciente deseo de que falte alguno o se lesione otro y poder entrar un rato.

Caver. Eran otros tiempos, otra cosa.  La picardía se confundía con la velocidad, el medio ful cancherito al más pebete, son códigos perdidos.

Ale. Hoy, 2009, ¿cuántos quedan de aquella época?. Podemos nombrar un Prieto, un Kitlain, por ahí un Peralta. Somos pocos pero estamos. Antes se jugaba a la tarde, cuando el Club era un hormiguero de muchachitos. Eso hacía más valorables los picados, ¡había público! y uno jugaba motivado. Hoy nos mandan al último turno, a las 10 de la noche, casi en penumbras porque siempre hay foquitos que se resisten a encender.

Caver. Mire, yo practiqué siempre la gambeta pá delante, la finta engañadora, el pase para un lado y la mirada para el otro. Pero, ¿qué quiere hoy con la panza de Eliseche?.

 Ale. Antes éramos un montón para jugar, había pisadita, par y noni. Si no la movías quedabas afuera. Hoy a gatas juntamos 10.

Caver. Mire, si de recordar se trata se me pianta un lagrimón. El penal rodilla, cara, Conejo, Combret, Conejo. El tiro certero del cantinero al único triangulito libre del alambrado protector del techo del fogón. Los goles y festejos de los goles del Betito Bafiggi. ¡Jugá para el equipo!.

Ale. Mire, antes existía un semillero y había categorías bien diferenciadas. Siempre existió el picadito de relleno, el que se jugaba temprano y duraba lo que tenía que durar, es decir hasta que caían "los grandes", que le ponían redes a los arcos  y traían una pelota más pesada. A veces podíamos prendernos y si bien no dejaban que la toquemos te iban enseñando pequeños secretos. No me puedo olvidar de un Binagui, un Guillermo Pascuchi, un Beto Cabrera. ¡Qué jugadores de cancha 3!. Hoy nadie nos viene a jugar. Y mire que ya somos grandes: Nos agarran los pibes y nos pasan por arriba. O no, vaya uno a saber.