Bahía Blanca | Lunes, 20 de mayo

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Un bahiense propone una estrategia terapéutica con anticuerpos monoclonales

El Dr. Ariel Fernández, quien reside en los Estados Unidos, dice que es posible hacerlo a través de una terapia molecular dirigida. La intención es desactivar al virus antes de que ingrese en la célula humana.

El investigador Ariel Fernández, en una imagen de esta semana. / Fotos: Archivo La Nueva. y gentileza Ariel Fernández.

“Así como el hombre es vulnerable al virus, el virus también es vulnerable a una terapia dirigida”.

Para el químico, matemático e investigador bahiense Ariel Fernández, el mensaje dirigido a nuestras (desesperantes) expectativas sobre la creación de una vacuna que derrote al Covid-19 es sencillo: “No hay que poner todos los huevos en la misma canasta”.

A partir de esta postura, modificó su conducta inicial (“no soy virólogo; no es mi tema y no tengo nada para decir”) y empezó a trabajar.

“Me di cuenta de que había una posibilidad terapéutica que nadie estaba mirando y que puede ser más poderosa que las vacunas actualmente en desarrollo”, sostiene el Dr. Fernández, en diálogo con La Nueva. desde Carolina del Norte, Estados Unidos, donde reside.

“Hay un momento, durante la infección, en que el virus es susceptible a un ataque por una terapia molecular dirigida (NdR: anticuerpo monoclonal). Ese es el momento cuando el virus se prepara para entrar en la célula huésped humana”, cuenta.

“Allí se ve obligado a abrir su estructura, especialmente en la espira, pero ahí expone un flanco y es posible crear un anticuerpo que le impida volver a armarse y, además, se desactiva”, comenta.

El Dr. Fernández ya publicó tres trabajos describiendo esa estrategia terapéutica. El último, del 15 de septiembre, se titula El talón de Aquiles de la estructura del SARS-CoV-2. Ya tiene en marcha una cuarta investigación denominada Desactivando el Covid-19.

Interacciones estructurales y epiestructurales en la interfaz S1 / S2 en la proteína espiga de SARS-CoV-2. / Imágenes: pubs.acs.org

“Claramente, la estrategia ataca directamente al virus en el momento en que es más vulnerable pero, además, esta terapia puede servir de freno de emergencia si el primero (en alusión a la vacuna) falla”, admite.

Por estos días, el investigador está conformando un consorcio de colaboración con el Instituto de Tecnología de Massachusetts (M.I.T.) y otras universidades y organismos de los Estados Unidos y de Alemania para desarrollar la idea.

La historia

Una vez que tuvo acceso a la estructura tridimensional de una proteína del virus, el Dr. Fernández comenzó a analizar el impacto de la mutación sobre la propia estructura y por qué se perpetúa en el tiempo.

“En el momento en que el virus ingresa a la célula humana, se torna vulnerable y ya no es una pelota con las protuberancias como la muestran los dibujos, sino que la espira tiene que cortarse en dos partes”, relata.

“Una es la que se ancla al receptor y la otra parte es una lanceta que penetra en la célula humana, aunque ambas tienen que separarse para poder hacer su trabajo”, dice.

“Si una parte de la espira se fija bien, pero no sigue tomada de la lanceta, el virus no tendrá cómo entrar. El resto se queda inerme y sin su blanco. ¿Qué pasó? En un momento determinado, el virus, por prueba y error y evolución natural, cambió e hizo una mutación en un lugar determinado: la posición 614”, explica.

“Las mutaciones del virus que prevalecen son muy pocas. En los últimos seis meses cambió una sola vez: en la posición 614”, precisa el Dr. Fernández.

El Dr. Fernández dice que eso les permitió, al ancla y a la lanceta, estar juntos y así se potenció el ingreso del virus a la célula humana.

“Lo que hice fue mirar esa región desde el punto de vista estructural y tratar de revertir el efecto de la mutación, algo que le ha permitido al virus contagiar aún más”, indica.

También afirma que esa región no es la apuntada por las vacunas en desarrollo y que, además, produce anticuerpos.

Esquema del efecto de sustitución D614G en la subunidad S1 de la proteína S, creando una oportunidad para la intervención terapéutica./ Imágenes: pubs.acs.org

“Todas las vacunas que se están haciendo, que ya suman 29, van hacia otro lado: tratan de desactivar el anclaje. Yo no estoy mirando eso, sino pretendo desactivar el virus”, asegura.

—Dr. Fernández, ¿lo que propone es un plan B frente al coronavirus?

—A ver. Supongamos que las vacunas que se están desarrollando no funcionen. ¿Por qué? Porque no bloquean bien la interfase de reconocimiento entre la espira y el receptor.

“¿Qué es una vacuna? Es un pedazo del virus que no tiene la capacidad de infectar, pero sí la de producir anticuerpos que se unen a la región que reconocería al receptor. Pero eso probablemente falle. Es decir, va a tener una eficacia que, se calcula, del 30 o 40 % en el mejor de los casos y no en todos los individuos. Y va a durar unos meses”.

--¿Qué quiere decir que falle?

--Que el virus reconoció al receptor de la célula humana.

“Ahora, si uno quiere limpiar el organismo del virus, habrá que tener un freno de emergencia, porque la vacuna no resultará suficiente. Si no será como la eficacia de la vacuna contra la gripe, que es muy relativa. Ayuda, pero no elimina el problema”.

—¿Cómo es el paso de lo teórico a lo práctico?

—Luego de publicar los tres trabajos sobre el tratamiento, desde el M.I.T. me invitaron a dar una charla. Fue la última semana. Ellos desarrollaron el anticuerpo en sólo 48 horas y ahora deben hacer los ensayos in vitro. Luego vendrá el desarrollo del fármaco, pero aún estamos en los estadios preliminares de la fase experimental.

“Tengo el deber moral, incluso por la urgencia, de ver de qué manera puedo colaborar. Yo no puedo elegir mis batallas, pero las batallas pueden elegirme a mí”, sostiene.

“El tema llevará algunos meses, pero la ventaja que tenemos es que no compite con el desarrollo de la vacuna; es decir, la vacuna va por su lado, y acaso esté lista para marzo o abril (NdR: venideros). Esta terapia, en cambio, puede demorarse un par de meses más.

“Sí, es un plan B. Insisto: si la vacuna no funciona, o no tiene la eficacia que se espera, y en realidad es lo que todos sospechan, tendremos una nueva fase de ataque que la complementará. Entiendo que será más eficaz, porque lo que hace es ir directamente al virus y no a su reconocimiento por parte de la célula humana”.

—¿Tiene nombre esta terapia?

—Es un tratamiento; es un anticuerpo monoclonal que va al talón de Aquiles del virus. No tengo una definición, pero lo podemos llamar “desactivador de virus”.

—¿Cuáles son las etapas de evolución del virus?

—Los cambios evolutivos pasan todo el tiempo, pero los que se propagan y realmente se mantienen son aquellos que importan una ventaja. ¿Cuál es la ventaja que traía ese cambio? Que el virus se transmite e infecta mejor y por eso la mutación se propagó a toda la humanidad.

—¿El virus pierde o gana intensidad? ¿Se hace más fuerte o más débil?

—Va mutando todo el tiempo. La selección natural opera con el virus, la bacteria, con la persona, con las plantas, con los animales. La naturaleza está siempre probando cosas nuevas.

“Ahora, ¿cuándo una mutación se mantiene y aparece en toda la población del virus? Cuando da la ventaja que decíamos. Por ejemplo, al virus no le sirve una mutación que lo haga absolutamente letal, porque lo que quiere es propagarse y contagiar a la mayor cantidad de gente posible y no que (NdR: la persona) se muera enseguida.

“Este tratamiento va directamente al virus. La vacuna lo hace a la interfase del virus con la célula humana y depende de cómo es cada uno y de cómo es el virus”, dice.

“De todas las mutaciones que ocurren algunas lo van a debilitar y otras lo exacerbarán, pero hay muy pocas registradas que se han vuelto permanentes, o que se fijaron en la población del virus. Una es la posición 614, la que me llevó a plantear esta terapia alternativa basada en la desactivación.

 “Si la mutación mejora el ingreso a las células, lo que hago con los anticuerpos es revertir ese efecto selectivo”.

Los tiempos

—¿Cuáles son los plazos?

—Massachusetts ya la desarrolla. Y al lado está Harvard, que tiene escuela de medicina y ahora están viendo cómo se posiciona el concepto allí. Puede ir muy rápido si lo deciden de acuerdo con la marcha de las pruebas preliminares.

“Es más dinámico que una vacuna, que se desarrolla a través del Instituto Nacional de la Salud (NIH) de los Estados Unidos, que es un organismo burocrático y lento. Harvard y el M.I.T. son universidades privadas de recursos infinitos. Es diferente.

“Respecto de los tiempos de esta terapia hay dos escenarios. El optimista es que todas las pruebas vayan dando resultado y ahí depende del interés que exista en proseguir, que ya fue demostrado. El pesimista es que aparezcan pruebas clínicas que indiquen algún efecto colateral, siempre considerando la complejidad del cuerpo humano.

“En todo caso, una buena noticia es recordar qué sucedió con la fiebre española de 1918, que se fue sola. Hizo un desastre, pero no necesitó de ninguna vacuna. Acá puede pasar lo mismo; es decir, que el virus decida que el ser humano, como huésped, ya no lo satisface y se traslade a otra especie”.

—¿Cómo continúa su participación en el proyecto?

—Mi labor termina acá. Básicamente, yo soy un físico químico computacional. Puedo llegar hasta un cierto punto, pero luego el producto escapa de mis manos. Ahora depende de los intereses de los laboratorios y, seguramente, será proporcional a la cantidad de dinero que inviertan.

—¿Por qué la ciencia aún no logró soluciones concretas?

—Entiendo que los resultados son bastante desalentadores. Esperaba que, con los avances científicos, no estuviéramos en un escenario como el actual.

“Pero en la búsqueda de una solución a la pandemia se mezclan intereses. En los Estados Unidos, aunque parezca mentira, se recomiendan determinadas terapias porque hay intereses en juego.

“Muchos de los conceptos que se presentan provienen del NIH, pero esa gente es la misma que controla el FDA (NdR: Administración de Medicamentos y Alimentos de los EE.UU), el organismo que acepta, o rechaza, un medicamento o una vacuna. Quiero decir: están en los dos lados del mostrador. Es un conflicto muy profundo.

“Otro ejemplo: hay un medicamento que se llama Remdesivir, que se lo acaban de suministrar al presidente (Donald) Trump. Está en ensayo y se sabe que no es muy bueno, pero le dieron repercusión porque es del Instituto Nacional de la Salud (NIH), del mismo ámbito del FDA.

—¿Y lo que se está haciendo en el resto del mundo?

—Se trabaja bien, pero son terapias convencionales. Lo que desarrollan no es diferente, en lo conceptual, a lo que hicieron Salk y Sabin con la poliomielitis hace 50 años.

“La idea es la misma: crear una vacuna que induce la creación de anticuerpos en el ser humano para bloquear el ingreso del virus. Eso no es nuevo: tiene 100 años, hay que hacer muchas pruebas clínicas, existen efectos colaterales y hay que ver cómo reacciona el paciente. Lleva tiempo.

   “Yo me refiero a hacer algo nuevo: atacar al virus solamente, no al paciente y al virus. Con el paciente no me meto”.

La vida y Bahía

El Dr. Ariel Fernández (Stigliano) nació en el Hospital Español de Bahía Blanca hace 63 años. Su lugar de residencia fue Donado 422.

Estudió en el Colegio Nacional y se recibió de licenciado en matemática (1979) y en química (1980) por la UNS.

En 1981 Fernández marchó a hacer el doctorado a Yale University. “Desde entonces tengo dos patrias y vivo en ambos países”, aclara.

Luego de Yale (llegó allí en 1981), fue investigador en Princeton University y en el Instituto Max Planck de Alemania, y profesor en las universidades de Indiana y de Chicago. Se retiró, en los Estados Unidos, como profesor emérito de Bioingeniería en Rice University.

“Actualmente tengo una consultora de patentes de medicamentos, AF Innovation, que cuenta ahora con un instituto privado, Daruma Institute, donde se usa la inteligencia artificial para el diseño de fármacos”, agrega.

También conserva un cargo de investigador del Conicet y rinde los informes bianuales. Sus especialidades son la físico-química, la biofísica molecular y el diseño racional de fármacos. Ha publicado cuatro libros (el quinto está en camino), más de 400 artículos en revistas especializadas y posee tres patentes biotecnológicas.

Los cuatro libros publicados por Fernández. / Imagen: Amazon

“Estuve muchos años sin regresar. Pero en el último tiempo voy bastante seguido y paso mucho tiempo. ¿Si volvería a radicarme? Argentina es un corso a contramano, pero extraño la vida sencilla y el hecho de disponer de tiempo libre”, dice.

“En Bahía está todo cerca, tengo amigos entrañables y es una opción, aunque es ingrato que el país esté tan mal y con tanta pobreza. Pero la vida se compone de otras cosas que van más allá de lo económico --sostiene--, aunque desde lo profesional no tengo ningún rédito para estar en la Argentina, claramente”.

El Dr. Fernández prevé retornar en breve a Bahía Blanca.

Entre sus amistades, el investigador destacó a compañeros de estudios como Gustavo Appignanesi y Rubén Montani, así como grandes maestros de la UNS (“de perfil bajo, pero muy importantes”), como Rafael Panzone; Agnès Benedek (“un gran cerebro”); María Inés Platzeck y María Luisa y Susana Gastaminza.

El Dr. Ariel Fernández reside, alternativamente, en Winston Salem, Carolina del Norte; en Madison, Wisconsin y en nuestra ciudad.